Estás jugando al billar. Sobre la mesa de fieltro verde, hay varias bolas en juego y no sabes hacia cuál lanzar la bola blanca para ganar a tu rival. Estudias algunos ángulos, das brillo al palo de billar mientras escuchas la música que suena en el local, y finalmente haces algo que no era lo que querías hacer, pero te sale bien la jugada y los espectadores del bar te aplauden… ¿Qué ha pasado aquí? ¿Quién ha golpeado la bola blanca? ¿Qué te ha distraído?
Tomemos esta situación desde el punto de vista de la Neurociencia y de la neuroeconomía, según los hallazgos del profesor Aldo Rustichini.
Según el profesor Rustichini, el 90% de nuestras decisiones las toma el inconsciente y no la mente racional del lóbulo frontal, como se pensaba tradicionalmente. Y en el juego del billar sucede que no se analizan todos los ángulos.
Según los últimos hallazgos de la neurociencia en el campo de la inteligencia social, se puede ver que el inconsciente ocupa mucho más espacio en la mente, junto con las emociones y la intuición. Así, las decisiones económicas tampoco se toman tras un frío análisis racional de alternativas. Parece ser que apenas se dispone del tiempo necesario para hacerlo bien, y que además, en la manera de decidir y apostar por un riesgo, hay matices importantes marcados por la genética y por el género. Por ejemplo, parece que las mujeres son más aversas a los riesgos que los hombres. Este último hallazgo científico nos parece otro argumento a favor de una mayor representatividad de las mujeres en los lugares donde se tomen decisiones importantes.
Toda la teoría tradicional de toma de decisiones y análisis de alternativas, parece ser que si se lleva a cabo, es de una forma muy rápida, e inconsciente y siguiendo criterios muy realistas, casi racionales, pero inconscientes. Y que el inconsciente opera de una forma muy sofisticada y altamente eficaz, no como Freud decía.
Otro aspecto de la toma de decisiones es el papel que las emociones que juegan en él. Por lo visto, nuestras emociones son las que inclinan la balanza, y no el análisis racional, como antes se creía: qué compramos, qué votamos, con quién salimos, qué ropa nos ponemos, dónde invertimos… Todo esto se procesa por las partes del cerebro que trabajan con material emocional.
Según los avances en la investigación de la inteligencia emocional, hay emociones que nos ayudan a decidir, y son algunas de las que tradicionalmente se han considerado «negativas», como son el arrepentimiento y la envidia. Tradicionalmente se considera que hay emociones positivas y emociones negativas, por cómo nos afectan. Así, se dice que una emoción positiva nos llena de energía y bienestar y una negativa nos consume afecta negativamente a nuestro comportamiento y nos deja postrados en estados de ánimo poco productivos, poco sociales, etc…
Sin embargo, el profesor Rustichini las ha estudiado desde otra óptica y ha llegado a interesantes conclusiones: el arrepentimiento, despojado de su carga negativa, principalmente ayuda a ver qué otros caminos podríamos haber tomado y qué haremos diferente en una próxima ocasión. Y la envidia nos enseña a ver qué podemos aprender o mejorar de otras personas que actúan mejor que nosotros. Lejos de ser un pecado capital, la envidia parece convertirse a la luz de estos hallazgos científicos en un valor para llevar mejor nuestra vida. Lo cuenta magníficamente en una entrevista con Eduard Punset.
Pero lo interesante, en mi opinión, resulta que las informaciones aportan mucha información, valiosa y positiva, en cuanto percibimos que las sentimos.
¿Qué podemos hacer por tanto para decidir mejor?
Mi opinión personal, es tratar de escuchar nuestra intuición, esa enorme fuente de información incuantificable, y tremendamente eficiente, y observar nuestras emociones. «La intuición capta los motivos y la intención subyacente, y opta por aquello que causará menor fragmentación en nuestra psique», como dice Pinkola. Cuando hacemos esto desde una cierta neutralidad (quizás desde esa mente inconsciente), esas emociones aportan información valiosa y positiva, y además pierden su antigua connotación y su efecto sobre nosotros. Al contrario, cuando no nos damos cuenta de qué emociones están operando por nosotros, las decisiones son inevitables, viscerales y menos brillantes, tal vez.
De esta forma, sintonizamos un poco más, afinamos la antena de nuestra percepción, y permitimos que nuestras decisiones sean eficaces.
En definitiva, y según el profesor Rustichini, seguiremos tomando decisiones guiados por nuestro inconsciente y nuestra intuición, aunque creamos que somos animales racionales.