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La caja de los espejos

La caja de los espejos

Los seres humanos estamos programados para entendernos entre nosotros, para aprender unos de otros y para comprender al otro. Es lo más natural. Y la parte física, biológica o neurológica que sostiene esta afirmación es la teoría de las «neuronas espejo».

Un reciente descubrimiento, en 1996, de Giacomo Rizzolati, estudiando monos, le llevó a entender que habían neuronas en los cerebros de los monos que se activaban tanto cuando un mono agarraba un objeto, y que esas mismas neuronas se activaban cuando veían a otro mono agarrar el mismo objeto. Un sistema de espejos interno en nuestro cerebro, completamente conectado entre sí. Por este descubrimiento, ha recibido el premio Príncipe de Asturias en 2011.

Un sistema, el de las neuronas espejo, que nos permite entender por qué alguien ha hecho algo, poder sentir lo que el otro está sintiendo, y no a través de un complejo razonamiento, sino de una manera directa: como cuando nos vemos reflejados en un espejo. Ramachadrán, otro brillante científico conocedor de este tema, las ha bautizado como las «neuronas de la empatía», una importante evidencia para la existencia de inteligencia social.

«Cree el ladrón que todos son de su condición»… Un popular refrán castellano, sí, y también una consecuencia más de este sistema peculiar, que ha construido nuestro cerebro sin nuestra intervención. Niños que aprenden imitando a sus padres. Así podemos explicar la transmisión de algo tan complejo como la cultura, los valores. Este sistema, las neuronas espejo, nos capacita para la vida social, ya que de una forma natural, elimina las barreras entre el «yo y los otros». Y nos permite entender a nuestros antepasados. Es una red compartida con todos los seres humanos, una inteligencia social compartida.  Algo que casi puede llegar a anular nuestro sentimiento de privacidad, de intimidad.

Marco Iacoboni, otro de los grandes expertos en este campo, explica que viendo lo que hacen los demás podemos acceder a su mente, al por qué actúan de esta manera. Y podemos contagiar a los demás nuestros estados de ánimo, tanto positivos, como negativos, y ellos nos pueden contagiar a nosotros. Imaginemos que entramos en una habitación llena de personas, o en una empresa, o en un país…. Podemos contagiarnos nuestros estados de ánimo, nuestros sentimientos, nuestros valores. Es algo natural, para lo que estamos programados neuronalmente.

Hay dos tipos de empatía diferentes, según el funcionamiento de las redes neuronales (Goleman, quien acuñó el concepto de inteligencia emocional); una es más rápida para determinar nuestra respuesta y otra es más lenta y provoca una respuesta más racional. El contagio emocional ocurre a través de la primera vía, mientras que la segunda, al girar en torno al cerebro pensante, nos puede ayudar a interrumpir la conexión.

Las implicaciones de esto son fabulosas. Llevemos esto al campo del  liderazgo. Hasta la persona menos experta puede le influir, la interesante cuestión es ¿cómo quiero influir en los demás? ¿Cómo quiero que mi equipo se sienta ante un reto, como pueda ser un partido de fútbol o una cuenta de resultados? Para empezar a responder a estas preguntas, habremos de «mirarnos» primero a nosotros mismos… Es decir, hacer uso de «la conciencia de uno mismo», principio básico de la inteligencia emocional. Y saber entonces que sea lo que sea que mi equipo ha de enfrentar, primero buscarán cómo lo hago yo, para luego elegir su actuación. También puede ocurrir, que, aquellas partes de mí que yo quiera mantener lejos, marginar (porque no me gusten), o pretender que no son mías… van a ser vistas de alguna forma por los demás, y manifestadas en sus propios comportamientos… Uff, qué complejidad. Me recuerda a un templo que vi en una visita a India, en el que había un espejo que se reflejaba en otro, y éste en otro, hasta proyectar la imagen hasta el infinito.

Pensemos en una familia, o en una clase llena de alumnos. Todo lo que uno haga, habla de sí mismo, con gran transparencia. Por un lado la responsabilidad de uno hacia los demás es inevitable, por otro lado, la capacidad para entender a los demás también es infinita. Por eso podemos entender también un cuadro, una obra de arte: captar las emociones que nos trasmite, sin saber muy bien por qué.

Pensemos también en el campo de la diversidad cultural… ¿Existe realmente, tanto como para diferenciarnos y separarnos a unos de otros, como para hacer que nos evitemos, por pertenecer a «grupos diferentes», o que queramos convertirnos unos a los otros, y domesticarnos, o que queramos destruirnos? Culturalmente, existen capas con ciertos significados aprendidos, y compartidos, pero ante todo, lo que nos dice la investigación, es que en la base de todo está la clave para que podamos entendernos: nuestra propia naturaleza biológica en la forma de neuronas espejo.

Por mucho que queramos mantenernos alejados unos de otros, o eliminarnos, es imposible que eliminemos de nosotros la capacidad de entendernos.

La siguiente pregunta es, por tanto, ¿a qué esperamos para ponerla en marcha?