
Creencias, autenticidad y aprendizaje
Llevo algunos años pensando en las creencias. Y muchos más apasionada por el milagro de aprender. Aprende un niño, un insecto, un animal, un anciano, una organización, una sociedad. ¿Pero qué es lo que favorece o dificulta el aprendizaje?
Aquí quiero ofreceros algunas reflexiones sobre lo que en mi opinión favorece el aprender: despojarse de las creencias previas, y atreverse a no saber nada, nada de nada. Y os lo voy a contar al hilo de algunas experiencias.
Algunas veces, por ejemplo, en alguna conversación de coaching, he escuchado cosas como: «sí, yo quiero esto, pero para eso ellos tienen que cambiar»… «El problema es mi hijo, mi marido, mi amiga, mi socio, mi madre, mi hermana, este trabajo, esta enfermedad, la crisis»… (Y aquí seguiría añadiendo muchos más puntos suspensivos). También, en estas conversaciones, de pronto, cuando llegamos a un punto en el que es el propio coachee quien llega a la conclusión de que en realidad es él o ella quien ha de cambiar, o ha de abandonar sus ideas previas, es decir, sus creencias… entonces es cuando se encuentra quien es un buscador auténtico, un «aprendedor» nato, y quién lo es solo en apariencia.
Cuando se llega a este punto, pueden suceder varias cosas: una, que el cliente de coaching abandone su proceso. Lo olvide, considere que ha fracasado. El vértigo ante lo desconocido, la respuesta a «¿y si yo no soy eso, entonces quién soy?», o a «cómo puedo ser diferente», puede hacer que alguien deje de querer aprender para permanecer siendo fiel a su propia idea auto-impuesta de cómo debería ser. Y con todo esto, ¿qué sabremos realmente de la vida, de la realidad, de las personas, de nosotros mismos? ¿Qué podemos aprender si tenemos todas las respuestas para eliminar cualquier cosa que suponga un ataque a nuestro íntimo estatus quo, ese que nos hemos prefabricado?
Entonces es cuando ganan las creencias antiguas sobre el anhelo de libertad, de paz y de autorrealización, que paradójicamente les impulsó para entrar en un proceso de autoconocimiento.
Pero, afortunadamente, también sucede que algunos de ellos vuelven con el tiempo, e incluso deciden recomendarte a sus amigos. Algo en sus vidas ocurrió que les impidió mantener por más tiempo las antiguas creencias.
Otras veces ocurre, que, cuando llegamos al punto de que aquella tristeza, frustración, ansiedad, inseguridad, o lo que sea que trajo a esa persona a su proceso de cambio se ve realmente cuestionado, algunas personas deciden adentrarse en lo desconocido y atisbar, qué y cómo sería su vida sin aquellas ideas previas que tanto les mantuvieron en la cárcel de sus propias creencias y sobre todo, qué hay de cierto en esas ideas: por qué estaban tan seguros de que realmente lo que les sucedía era lo peor que podía ocurrirles, y justificaba excelentemente el guión de su propio victimismo.
Muchos autores hablan de que las creencias se construyen tras un largo proceso de culturización; a mí me parece que no es así necesariamente. Mas bien, muchas creencias se construyen en uno mismo, en el sótano de nuestra mente. «Yo debería ser más listo; más guapo- nos decimos- más capaz; más alto; menos despistado- nos autoconvencemos- más puntual; menos comilón; más delgado; más rico; más popular»… Estas sencillas frases que nos tele- dirigimos acaban por constituir las creencias más inamovibles, menos cuestionadas por nadie, ni siquiera por nosotros mismos… Incluso más que cualquier profesión de fe, o espiritualidad. ¿Y quién es responsable de ellas? Muchos dirán: La sociedad. Y ante esto me pregunto ¿es que acaso está la sociedad diciéndonos cómo tenemos que pensar, continuamente? Venga, hombre, nadie tiene tiempo de algo así. Somos 6,5 millones de personas aquí, en este planeta. Necesitaríamos mil millones de años para algo así.
Son estas pequeñas frases, en apariencia inofensivas, las que acaban constituyendo el núcleo de nuestras creencias, y todo aquello que las ponga en juego, supone una tremenda adversidad para el «creedor» (y uso la palabra conscientemente, como opuesto a creador). Si uno debería ser más delgado, el tener que cocinar para una gran familia puede ser algo tremendo, ya que siempre tendrá la tentación tan al alcance de la mano, que apenas podrá realizar su sueño; si uno quiere ser más puntual, todo aquello que le impida gestionar su tiempo se convertirá en un blanco preferente de sus iras; si uno quiere ser más rico, todo lo que suponga un gasto adicional o una falta de ingresos será el enemigo a batir… Y así se irán forjando las relaciones, nuestro lenguaje con el mundo. Nuestros departamentos, nuestras jerarquías, entre otros mapas.
Y de ninguna manera, no se permite a personas que puedan hacer menguar el poder nuestros pequeños credos. Una inocente pregunta, como «¿de verdad crees que ser más rico es lo que necesitas? ¿O que solo serás más feliz cuando tengas una pareja? ¿O que estudiar esa carrera te dará el reconocimiento que buscas?» Hay quien no se atreve a cuestionarlo. Pero los que lo hacen, de pronto descubren que no saben nada de lo que realmente creían que sabían. Y en ese momento, se abren todas las posibilidades. En ese momento es cuando uno se encuentra a sí mismo y puede empezar a reírse a carcajada limpia de todo su querido, conocido y antiguo «castillo de naipes» mientras éste se derrumba y los naipes sobrevuelan la mesa, el suelo… Y si alguien de los que lee este post se dedica a la educación, ¿cómo puede hacer por revelar el espacio de verdad auténtico de sus alumnos? ¿Sería esto algo relacionado con la verdadera educación? Tal vez tenga uno que empezar por cuestionar sus propia lista de creencias, y atreverse a mirar hacia dentro, un poquito antes.
No hay espacio para aprender cuando uno vive siendo dirigido por sus creencias. ¿Y qué pasaría si nos diéramos cuenta de que no necesitamos ser más delgados, ni más sanos, ni más ricos, ni más listos, ni más capaces… de lo que somos? Si viviéramos sin esas ideas, que nosotros mismos hemos ido mimando, alimentando, y que los sucesos no han podido llegar a destruir del todo… ¿a qué nos dedicaríamos en realidad? Seríamos más auténticos y llevaríamos el liderazgo de nuestra propia vida.
Sospecho que una respuesta podría ser dedicarnos a crear nuestro propio mundo, donde todos somos como somos, es decir: perfectos; o que también podríamos aprender a hacer o a vivir de lo que nos guste; y que viviríamos con mucha más libertad y más humor.